Cruz Andina (Chakana)

Hace un tiempo atrás, tuve la oportunidad de estar en Perú con unos amigos. Eterno y apasionado admirador de la cultura aborigen tuve la oportunidad de conocer de cerca a una de las civilizaciones más importantes de América: los Incas. Recorriendo museos, ruinas y hablando con la gente me pude empapar un poco de su cultura.
            En las ruinas de Pisaq, ubicadas en el valle sagrado de los Incas a unos cuantos kilómetros de la ciudad de Cusco, tuve la oportunidad de conocer a Félix, uno de los pocos guías atinados que nos tocó durante el viaje. Se hacia llamar “Chakaruna” que en quechua significa “Hombre Puente”, por ser su función de guía vinculo entre el mundo y sus ancestros. El nos habló sobre uno de los símbolos más importantes de los Incas: La Cruz Andina.
          La Cruz Andina es un símbolo que representa gran parte de la Cosmovisión Andina. La cruz surge de la proyección de la sombra de una piedra fundamental, la cual utilizaban los antiguos peruanos para ubicar las distintas estaciones del año. En el equinoccio de primavera, la piedra y la sombra forman la famosa cruz, justamente en la época del año en la que se renuevan las esperanzas y se da comienzo al trabajo de la tierra.
Dicha piedra, es como si fuera vista de perfil, una pirámide escalonada que consta de tres niveles o escalones. Félix nos dijo que el número tres tenía mucha importancia en la cosmovisión Inca. Representaba a los tres animales sagrados y las tres virtudes fundamentales con las que estaban relacionados: la Serpiente (Sabiduría), el Puma (Valor) y el Cóndor (Nobleza). También englobaba a las tres reglas básicas, éticas y morales de convivencia: no mentir, no robar y no ser ocioso. Además eran tres los mundos en los que creían: uno de ellos era el mundo de los muertos donde moraban los hombres luego de una breve vida terrena, el otro mundo era el de los vivos y el tercero el mundo del Más Allá donde se encontraban sus dioses.

El guía con mucho fervor nos explicó y yo realmente quedé admirado. Lo que para ese entonces era una simple y común piedra que estaba desgastada por el tiempo y el olvido, pasó a ser algo importante para mí. Porque parte de mi filosofía estaba incrustada en esa piedra. Una sensación escalofriante recorrió toda mi espina y por poco unas lágrimas se me escapan de mis asombrados ojos. 

La piedra de los 12 ángulos (Cuzco-Perú) Año 1998
    
            A los pocos días de sucedido esto, salí a caminar por las maravillosas calles de Cuzco, con el afán de conseguir tan preciado símbolo. Busqué y busqué, pero no la pude encontrar por ningún lado. Decepcionado, me encaminé al hospedaje donde estaba alojado. Una leve llovizna como es costumbre en aquellos lares, humedecía mi cara y me consolaba. Cuando de repente, detrás de una antigua casa, surgió de las sombras un ser extraño, su rostro algo sombrío y lúgubre, me hizo dar escalofríos.
            Me miró a los ojos con mucha bondad y humildad. Me tomó de la mano y me llevó bajo un tejado enmohecido que sobresalía cerca de la esquina. En ese mismo instante comprendí quien era y que proposiciones siniestras tenía: ¡Era un vendedor ambulante de esos tantos que te acosan en la calle y utilizan las más escalofriantes técnicas para lograr su propósito!
          - Yo sé amigo lo que anda buscando... - comenzó hablar el vendedor - ... Pero como siempre, busca donde no hay que buscar. Yo sé lo que son las quimeras, entiendo lo que me dice el viento cuando silba cerca de mis oídos, lo que vale derramar una lágrima sobre el pecho yerto de una ilusión, escucho el silencioso canto de una flor cuando abre sus pétalos al sol, ... 
Presa del miedo quise escapar pero me encontraba como en un estado de éxtasis en el que no entendía nada, todo giraba a mí alrededor, las calles ya no sé si eran de Cuzco, Mendoza u otra ciudad. Mi cabeza era un verdadero torbellino de imágenes, locas ideas surcaban mi imaginación. Mi interlocutor seguía hablando, pero como si se dirigiera ahora a otras personas.
- ¡Oh...! ancestrales dioses pisoteados por la prepotencia de la cultura de la ambición, los invoco ante mí para mostrar el espíritu virgen de la naturaleza humana.
        El cielo se cubrió de tinieblas y ante mí empezaron a desfilar un montón de espectros que danzaban al ritmo de una alegre melodía pero que en el fondo trasmitía un dolor muy profundo. Estos estaban vestidos con bellos ropajes y tejidos. Pude distinguir entre ellos agricultores, alfareros, guerreros, sacerdotes, las vírgenes del Sol y hasta el propio Inca y su Coya con aire majestuoso, los cuales dirigían esta tan fantástica manifestación. De entre la multitud, se acercó hasta donde yo estaba un hombre que tenía el pecho y la cabeza ornamentada con admirables piezas de oro que resplandecía de una forma indescriptible, además arropado con los más finos tejidos que halla visto.
El vendedor me dijo por lo bajo, que ese señor era el mismo Manco Cápac, hijo del Sol y primer Inca. Una vez frente a mi me penetró con su mirada fuerte, se arrimó y suavemente me susurró al oído de que el hombre a veces se limita a ser hombre y no a ser humano, olvidándose de los valores y sus virtudes, cayendo fácilmente en el egoísmo de erigirse en su orgullo y en su propia bienaventuranza. Luego siguió, incitándome a la difícil búsqueda de los valores fundamentales de la vida y dijo me que nuestras almas tienen un par de alas y pocos logran descubrirlas y darles uso. Muchas más palabras llenó mi espíritu aquel personaje, pero la música se iba acelerando cada vez más al igual que el paso de los fantasmagóricos bailarines y el sonido se volvía ensordecedor.
 De repente todo se empezó a desfigurar, el Inca se desvaneció, de la multitud empezaron a oírse dolorosos lamentos y los personajes que antes desfilaban y danzaban ante mi, empezaron a lanzar  vómitos de sangre que cubrieron el empedrado de un tono sanguinolento, de sus cuerpos ensangrentados salieron enormes gusanos que empezaron a escurrir en un verdadero cauce rojo que se había formado. Poco a poco esta imagen se fue esfumando hasta que todo se volvió polvo, el cual fue barrido por una brisa fresca cargada de olor a rocío.  
 El hombre se acercó, me puso la mano en el hombro y me dijo:
           - Nunca olvide lo que ha visto. Yo, con muchos otros vivimos una batalla que a esta altura es inganable y nuestro peor enemigo es el olvido. Trate desde lo más profundo de su corazón seguir luchando junto con los muchos más que hay en el mundo contra esta carrera de deshumanización que recibe nombres como progreso. Le concedo humildemente este obsequio que sé que lo va apreciar mucho, porque en él se encuentran todos sus valores, el idealismo, su vida.
         Diciendo esto me entregó la Cruz Andina, tallada en piedra. Balbuceé unas palabras inentendibles y él me hizo entender con la mirada que no tenía nada para decir.
         Bajé mi mirada al suelo y busqué algo de dinero en mi bolsillo para pagarle lo que le debía. Alcé mi mirada, pero éste ya no estaba más. Un remolino de viento caliente pasó a mi lado dejando para siempre un dulce aroma de otoño en mi vida.
         Encendí un cigarrillo y mientras mis pulmones se llenaban de humo pude deslumbrar un poco las oscuridades de mi alma. Lentamente exhalé en pequeñas bocanadas y emprendí la marcha sin rumbo, de esas que se emprenden cotidianamente cuando uno esta absorto en sus pensamientos, quizás planeando una travesía a lo largo de los mares desconocidos que uno guarda en su interior, no sé, no me acuerdo sinceramente. Mi rostro esbozó una simple, pero satisfactoria sonrisa. En fin, creo que mi suerte ya estaba echada, mi alma acababa de encontrar un par de alas. ¿Quién podrá privarme el derecho de levantar vuelo cada vez que llegué el alba?





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