Oda al vino

Oda al Vino

Pablo Neruda
Pablo Neruda

Vino color de día,
vino color de noche,
vino con pies de púrpura
o sangre de topacio,
vino,
estrellado hijo
de la tierra,
vino, liso
como una espada de oro,
suave
como un desordenado terciopelo,
vino encaracolado
y suspendido,
amoroso,
marino,
nunca has cabido en una copa,
en un canto, en un hombre,
coral, gregario eres,
y cuando menos, mutuo.
A veces
te nutres de recuerdos
mortales,
en tu ola
vamos de tumba en tumba,
picapedrero de sepulcro helado,
y lloramos
lágrimas transitorias,
pero
tu hermoso
traje de primavera
es diferente,
el corazón sube a las ramas,
el viento mueve el día,
nada queda
dentro de tu alma inmóvil.
El vino
mueve la primavera,
crece como una planta la alegría,
caen muros,
peñascos,
se cierran los abismos,
nace el canto.
Oh tú, jarra de vino, en el desierto
con la sabrosa que amo,
dijo el viejo poeta.
Que el cántaro de vino
al beso del amor sume su beso.

Amor mio, de pronto
tu cadera
es la curva colmada
de la copa,
tu pecho es el racimo,
la luz del alcohol tu cabellera,
las uvas tus pezones,
tu ombligo sello puro
estampado en tu vientre de vasija,
y tu amor la cascada
de vino inextinguible,
la claridad que cae en mis sentidos,
el esplendor terrestre de la vida.

Pero no sólo amor,
beso quemante
o corazón quemado
eres, vino de vida,
sino
amistad de los seres, transparencia,
coro de disciplina,
abundancia de flores.
Amo sobre una mesa,
cuando se habla,
la luz de una botella
de inteligente vino.
Que lo beban,
que recuerden en cada
gota de oro
o copa de topacio
o cuchara de púrpura
que trabajó el otoño
hasta llenar de vino las vasijas
y aprenda el hombre oscuro,
en el ceremonial de su negocio,
a recordar la tierra y sus deberes,
a propagar el cántico del fruto.


Pablo Neruda
Poeta Chileno (1904-1973)

Soneto del Vino

Soneto del Vino


Jorge Luis Borges


¿En qué reino, en qué siglo, bajo qué silenciosa
conjunción de los astros, en qué secreto día
que el mármol no ha salvado, surgió la valerosa
y singular idea de inventar la alegría?

Con otoños de oro la inventaron. El vino
fluye rojo a lo largo de las generaciones
como el río del tiempo y en el arduo camino
nos prodiga su música, su fuego y sus leones.

En la noche del júbilo o en la jornada adversa
exalta la alegría o mitiga el espanto
y el ditirambo nuevo que este día le canto

otrora lo cantaron el árabe y el persa.
Vino, enséñame el arte de ver mi propia historia
como si ésta ya fuera ceniza en la memoria.




Jorge Luis Borges
Escritor Argentino (1899-1986)

Coplas del Vino

Nicanor Parra

Nervioso, pero sin duelo
A toda la concurrencia
Por la mala voz suplico
Perdón y condescendencia.

Con mi cara de ataúd
Y mis mariposas viejas
Yo también me hago presente
En esta solemne fiesta.

¿Hay algo, pregunto yo
Más noble que una botella
De vino bien conversado
Entre dos almas gemelas?

El vino tiene un poder
Que admira y que desconcierta
Transmuta la nieve en fuego
Y al fuego lo vuelve piedra.

El vino es todo, es el mar
Las botas de veinte leguas
La alfombra mágica, el sol
El loro de siete lenguas.

Algunos toman por sed
Otros por olvidar deudas
Y yo por ver lagartijas
Y sapos en las estrellas.

El hombre que no se bebe
Su copa sanguinolenta
No puede ser, creo yo
Cristiano de buena cepa.

El vino puede tomarse
En lata, cristal o greda
Pero es mejor en copihue
En fucsia o en azucena.

El pobre toma su trago
Para compensar las deudas
Que no se pueden pagar
Con lágrimas ni con huelgas.

Si me dieran a elegir
Entre diamantes y perlas
Yo elegiría un racimo
De uvas blancas y negras.

El ciego con una copa
Ve chispas y ve centellas
Y el cojo de nacimiento
Se pone a bailar la cueca.

El vino cuando se bebe
Con inspiración sincera
Sólo puede compararse
Al beso de una doncella.

Por todo lo cual levanto
Mi copa al sol de la noche
Y bebo el vino sagrado
Que hermana los corazones.


Nicanor Parra
Poeta Chileno (1914-2018) 

Reseña Los Siete Locos por Roberto Arlt

Nadie mejor que el mismísimo autor para hablar de su obra. Un locuaz y punzante resumen de una de las novelas más apasionantes de la literatura argentina. Estamos hablando del mismísimo Roberto Godofredo Arlt que en el año 1929 publicaba: "Los Siete Locos".



Me escribe un lector: 

Estimado señor: me he enterado de que ha salido una novela suya llamada “Los siete locos”. Como dispongo de poco dinero para invertir en libros, le agradecería me diera algunos datos respecto a ella, para saber si vale o no la pena de gastarse el tiempo y unos pesos en su lectura.

Dudé un momento. Luego me dije que, habiendo hablado de tantas obras ajenas, bien tenía el derecho de explicar cómo era lo mío. Además, si hay gente que se conforma con conocer el argumento de una novela, sin tomarse el trabajo de leerla, ni gastar unos centavos en adquirirla, les regalaré a mis lectores ese argumento, que va franco de porte.


El plazo de acción de mi novela es reducido. Abarca tres días con sus tres noches. Se mueven, aproximadamente, veinte personajes. De estos veinte personajes, siete son centrales, es decir, constituyen el eje del relato. Siete ejes, mejor dicho, que culminan en un protagonista.

Estos individuos, canallas y tristes, simultáneamente; viles soñadores simultáneamente, están atados o ligados entre sí, por la desesperación.

La desesperación en ellos está originada, más que por la pobreza material, por otro factor: la desorientación que, después de la gran guerra, ha revolucionado la conciencia de los hombres, dejándolos vacíos de ideales y esperanzas.

Hombres y mujeres, en la novela, rechazan el presente y la civilización, y tal cual está organizada. Odian esta civilización. Quisieran creer en algo, arrodillarse ante algo, amar algo; pero, para ellos, ese don de fe, "la gracia" como dicen los católicos, les está negada. Aunque quieren creer, no pueden. Como se ve, la angustia de estos hombres nace de su esterilidad interior. Son individuos y mujeres de esta ciudad, a quienes yo he conocido.


El argumento es simple. Uno de los personajes, llamado el Astrólogo, quiere organizar una sociedad secreta para revolucionar y quebrantar el presente estado de cosas. Para llevar a cabo su proyecto necesita dinero. En estas circunstancias, Erdosain le ofrece el medio para adquirirlo. Se trata de secuestrar a un pariente que lo ha abofeteado.


Lo narrado abarca la primera jornada de la novela. En la segunda jornada se lleva a cabo el secuestro del personaje, y en la tercera parte, o la última noche y su día, abarcan la vida interior del personaje antes de cometer el crimen, o permitir que se cometa.

En sí, la novela ofrece tres aspectos. Uno psicológico, otro policial, y otro de fantasía. 


La organización de la sociedad secreta, aunque parezca un absurdo, no lo es. Hace quince días, telegramas publicados en distintos diarios dieron noticia de la detención en Estados Unidos de los miembros de una sociedad secreta que se llamaba "La orden del gran sello". Los propósitos de los sujetos afiliados a esta sociedad eran idénticos a los que se atribuyen a los personajes de mi novela. Es decir, que no he hecho nada más que reproducir un estado de anarquismo misterioso latente en el seno de todo desorientado o locoide.

El aspecto policial y judicial de la novela, o sea el secuestro, después de estudiarlo, lo consulté con un profesional del delito. Este, luego de escuchar mis explicaciones, me preguntó, y observen aquí qué curiosa la pregunta del sujeto:

–Los autores del delito, ¿son profesionales o principiantes?
–Principiantes.
–Está muy bien. Si fueran profesionales estaría mal –y acto seguido entró en la explicación técnica de por qué siendo principiantes estaba bien, y no siéndolos, estaba mal.


Para mí no ofrecen absolutamente ningún interés las acciones de un delincuente, si estas acciones no van acompañadas de una vida interior dislocada, intensa, angustiosa. Creo que todo principiante en el mal, si tiene un poco de inteligencia, debe pasar momentos atroces. 


Hombres y mujeres, en el curso de la historia citada, viven en horror de su situación. De allí la extensión de la novela: trescientas cincuenta páginas. Sacando cien páginas de acción, el resto del libro no hace más que detallar lo que piensan estos anormales, lo que sienten, lo que sufren, lo que sueñan.

Todos ellos saben perfectamente que la felicidad les está negada; pero, como bestias encadenadas, se revuelven contra esta fatalidad: quieren ser felices, y como el bien les ha cerrado las puertas, piensan monstruosidades que los llenan de remordimientos, de más necesidades de cometer delitos para ahogar el grito de sus conciencias malditas. Decía un gran novelista ruso, Dostoyevski: "Cada hombre lleva en su interior un verdugo de sí mismo". He tratado de que esta realidad sea visible en la acción de los personajes del libro, pues lo es en la vida de los hombres de este siglo.

En síntesis: estos demonios no son locos ni cuerdos. Se mueven como fantasmas en un mundo de tinieblas y problemas morales y crueles. Si fueran menos cobardes se suicidarían; si tuvieran un poco más de carácter, serían santos. En verdad, buscan la luz. Pero la buscan completamente sumergidos en el barro. Y ensucian lo que tocan. 

A mí, como autor, estos individuos no me son simpáticos. Pero los he tratado. Y todo autor es esclavo, durante un momento, de sus personajes, porque ellos llevaban en sí verdades atroces que merecían ser conocidas.

En definitiva: en esta obra no hay ningún casamiento, ni baile, ni declaración de amor. Al sexo femenino no le puede interesar.




Roberto Arlt - Miércoles 27 de noviembre de 1929





La Ventana



Marcelo era un tipo muy particular, idealista hasta más no poder, soñador empedernido, triste y melancólico por despecho propio, serían las palabras apropiadas para definir su perfil. Gran parte de su tiempo deambulaba en un verdadero universo colmado de fantasía e ilusiones, su mundo interior era el refugio donde se sentía seguro de si mismo y donde manejaba las cosas a su antojo. A veces el grado de abstracción era tal que le costaba mucho diferenciar la fantasía de la realidad. Esto lo frustraba fácilmente, formando con el tiempo un carácter pesimista ante la vida.
El dolor lo hacía sentir vivo, cuando se sentía mal, trataba de hacer todo lo posible para profundizar el dolor. Según él, era la mejor forma de cerrar las heridas del corazón. Por eso su vida se regía por elegir el camino más difícil.
Desde muy chico, buscó dentro suyo todo tipo de sentimientos, pensamientos y hasta un día llegó a verle la cara al verdadero monstruo que habitaba en su interior. Había creado una filosofía de vida muy propia, que en ocasiones revelaba algún beodo que lo apañase, cuando se iba de copas en algún bar.
Las mujeres eran su debilidad, su forma de ser lo mantenía un poco al margen de la vida amorosa. Se enamoraba fácilmente: la chica que se sentaba a su lado en el colectivo, aquella que le sonreía al entregarle un panfleto o la que se cruzaba al caminar por la avenida; eran amores que se gestaban en su mundo, llegando a fogosas pasiones que terminaban cuando: la chica se bajaba del colectivo o desaparecían de su vista.
Paso el tiempo: la universidad, un trabajo mediocre y se fue quedando con un puñado de personas con las que interactuaba, más por inercia social que por haber entablado vínculo que no fuera del ámbito del trabajo o de la cotidianidad.
Un día se acercó a él una mujer. La había conocido años atrás, cuando éste era un adolescente de secundaria. Ella se había sentido atraída hacia él y más de una vez osó a declararle su pasión. Él en esos tiempos estaba muy ensimismado, y no captó las señales de ella. No se volvieron a ver desde entonces. Hasta que una noche se la encontró en un bar de mala espina y empezaron a hablar.
Marcelo empezó poco a poco a fijarse en ella y una extraña pasión empezó a despertarse en su corazón. Había días en que la amaba entrañablemente, otros en los que se hastiaba, discutían y se separaban. Él no quería admitirlo, pero estaba preso en el corazón de esa mujer. Ella ejercía como un hechizo hipnótico, que hacía la relación algo enfermiza.
A medida que la relación avanzaba, se fue alejando de su pobre circulo de personas con los que trataba. Cuando llegaba de trabajar, se sentaba en su sillón para esperarla y se ponía a contemplar la ventana. Se pasaba todo el tiempo con su mirada perdida en un punto cualquiera de la calle. A través de la ventana veía pasar la vida con su lento paso. Trabajadores, pelafustanes sin remedio, las comadres encaminándose hacia el mercado, la corrida juguetona de algún niño, los adolescentes saliendo del colegio, una pareja besándose en la esquina, todo lo observaba a medida que la luminosidad del día era invadida por las tinieblas de la noche, hasta que ella llegaba.



Pasaron los años y la relación entre los dos no iba muy bien. Discusiones, desplantes y agravios, hicieron que el vínculo entre los dos se fuera deteriorando. Pero él, en el fondo, la quería.
Cuando las cosas empezaron a ir mal, las esperas frente a la ventana, ya no eran con el anhelo y la pasión de antes. Por la cabeza de él se lucubraban maléficos planes donde el objetivo era hacerla sufrir, hasta el punto de llegar a matarla. La dicha se apoderaba de su ser como una fiebre descontrolada, luego al sentir su alma sucia, llena de sangre y dolor, pasaba al remordimiento, un sufrimiento que lo angustiaba hasta llorar.


Ese jueves, cuando ella se marchó en la mañana, él notó algo raro en su mirada. El dragón azulado de su iris le trasmitió una sensación de miedo que lo acompañó durante todo el día.
Era de noche ya. El ruido del picaporte lo despejó de sus cavilaciones. El sonido de la puerta al cerrarse le hizo helar la sangre. Como era de costumbre, él se encontraba sentado en su sillón: inmutable, quieto, paralizado… Él sabía muy por dentro que esa noche no era como todas las demás.

La habitación estaba iluminada por un velador que inundaba el ambiente con una luz mortecina, que, aun así, dejaba a la vista la belleza de ella: cabellos largos y lacios de color azabache, rostro angelical blanco como la leche, sus grandes y hermosos ojos azules, que aún se mantenían al acecho, llenos de un fulgor macabro y que generaron tanto terror en él esa mañana.
Ella, sin mirarlo, lentamente empezó a sacarse la ropa, hasta quedar completamente desnuda. Su desnudez la hacia mucho más hermosa todavía. Con pasos seguros y suaves, se fue aproximando a él.
Él estaba inmóvil, su mente estaba confusa, todos los músculos de su cuerpo estaban paralizados.Ella se acercó a él, podía sentir el calor de su piel, la dulce fragancia de su cuerpo desnudo. Su corazón se aceleraba cada vez más y una especie de frenesí se esparció en todo su cuerpo.
Ella acercó su delicada mano a la mejilla de Marcelo, luego lo besó tiernamente en el cuello y luego lo miró dulcemente a los ojos, los espantosos dragones se habían esfumado y la que lo miraba era esa tierna muchacha que había conquistado su corazón. Esbozó una sonrisa, como una niña picara que ha confesado una travesura, tomó las manos de él poniéndolas en sus pechos fuertemente. Él no decía nada, estaba algo pálido. Ella comenzó a sacarle lentamente la ropa hasta desnudarlo. Luego empezó a besarlo, morderle suavemente la oreja, luego el cuello y luego sus labios. Todo esto acompañado con sensuales movimientos de su cuerpo.
Él se fue entregando a los placeres de la carne, dejando el terror que lo había paralizado, para tomar la iniciativa, entregando su cuerpo y virilidad a ella. El mundo se fue esfumando junto con los planes macabros, su solitaria vida y el dolor de la angustia en carne viva se iban como anestesiando mientras la penetraba frenéticamente. Ella gemía de placer y sus gemidos iban in crescendo, eso a él lo estimulaba más. Por primera vez tanto tiempo él sintió que verdaderamente estaban haciendo el amor.
Cuando llegó al clímax, el placer que inundó todo su ser… se transformó de golpe en un escalofrío que recorrió todo su cuerpo. En ese instante, él comprendió que su suerte estaba echada.



Marcelo y la Soledad, hicieron el amor por última vez esa noche.
Unos vecinos encontraron el cadáver de Marcelo unos días después. Su cuerpo maloliente y en estado de descomposición, estaba desnudo, en su sillón y con los ojos abiertos, como si estuviera mirando a través de la ventana, a la espera de alguien que lo sacara de la malsana vida que la Soledad lo había llevado.


Jofer A. Quebec


Los Locos


Los locos corren
por el pasto sin gritos
por la pradera venenosa
y por la piel, entre la luna.

Y los locos giran
sin temor al mareo.
De la casa al árbol,
de la ayuda al horror.

Cuando uno de los locos hable,
los cuerdos, retozando en la penumbra,
oirán el ruido
y verán las verdades.

Los locos que parecen aprisionados
por la muerte selecta del escándalo
tienen pechos rugosos
y bordeados de lumbre.
Y los locos lo saben.

Desde su atónito lenguaje,
por intersticios de meninges espectaculares,
los locos se precipitan
a paralizar el mundo de la muerte.
Aunque más no sea,
para sentarse a llorar.

No hay soles en sus días
y en sus noches
sobreviven los colores de un ojo que no los ha deseado.

Por eso,
y porque la ventosa de fuego
rebalsa de temor
ante la fantasía de los sanos;
el obturador de los locos está presto
como una lanza.
Y al perforarnos de una vez
con una certera puntada entre la vida y el cielo?
LUIS ALBERTO SPINETTA

Cruz Andina (Chakana)

Hace un tiempo atrás, tuve la oportunidad de estar en Perú con unos amigos. Eterno y apasionado admirador de la cultura aborigen tuve la oportunidad de conocer de cerca a una de las civilizaciones más importantes de América: los Incas. Recorriendo museos, ruinas y hablando con la gente me pude empapar un poco de su cultura.
            En las ruinas de Pisaq, ubicadas en el valle sagrado de los Incas a unos cuantos kilómetros de la ciudad de Cusco, tuve la oportunidad de conocer a Félix, uno de los pocos guías atinados que nos tocó durante el viaje. Se hacia llamar “Chakaruna” que en quechua significa “Hombre Puente”, por ser su función de guía vinculo entre el mundo y sus ancestros. El nos habló sobre uno de los símbolos más importantes de los Incas: La Cruz Andina.
          La Cruz Andina es un símbolo que representa gran parte de la Cosmovisión Andina. La cruz surge de la proyección de la sombra de una piedra fundamental, la cual utilizaban los antiguos peruanos para ubicar las distintas estaciones del año. En el equinoccio de primavera, la piedra y la sombra forman la famosa cruz, justamente en la época del año en la que se renuevan las esperanzas y se da comienzo al trabajo de la tierra.
Dicha piedra, es como si fuera vista de perfil, una pirámide escalonada que consta de tres niveles o escalones. Félix nos dijo que el número tres tenía mucha importancia en la cosmovisión Inca. Representaba a los tres animales sagrados y las tres virtudes fundamentales con las que estaban relacionados: la Serpiente (Sabiduría), el Puma (Valor) y el Cóndor (Nobleza). También englobaba a las tres reglas básicas, éticas y morales de convivencia: no mentir, no robar y no ser ocioso. Además eran tres los mundos en los que creían: uno de ellos era el mundo de los muertos donde moraban los hombres luego de una breve vida terrena, el otro mundo era el de los vivos y el tercero el mundo del Más Allá donde se encontraban sus dioses.

El guía con mucho fervor nos explicó y yo realmente quedé admirado. Lo que para ese entonces era una simple y común piedra que estaba desgastada por el tiempo y el olvido, pasó a ser algo importante para mí. Porque parte de mi filosofía estaba incrustada en esa piedra. Una sensación escalofriante recorrió toda mi espina y por poco unas lágrimas se me escapan de mis asombrados ojos. 

La piedra de los 12 ángulos (Cuzco-Perú) Año 1998
    
            A los pocos días de sucedido esto, salí a caminar por las maravillosas calles de Cuzco, con el afán de conseguir tan preciado símbolo. Busqué y busqué, pero no la pude encontrar por ningún lado. Decepcionado, me encaminé al hospedaje donde estaba alojado. Una leve llovizna como es costumbre en aquellos lares, humedecía mi cara y me consolaba. Cuando de repente, detrás de una antigua casa, surgió de las sombras un ser extraño, su rostro algo sombrío y lúgubre, me hizo dar escalofríos.
            Me miró a los ojos con mucha bondad y humildad. Me tomó de la mano y me llevó bajo un tejado enmohecido que sobresalía cerca de la esquina. En ese mismo instante comprendí quien era y que proposiciones siniestras tenía: ¡Era un vendedor ambulante de esos tantos que te acosan en la calle y utilizan las más escalofriantes técnicas para lograr su propósito!
          - Yo sé amigo lo que anda buscando... - comenzó hablar el vendedor - ... Pero como siempre, busca donde no hay que buscar. Yo sé lo que son las quimeras, entiendo lo que me dice el viento cuando silba cerca de mis oídos, lo que vale derramar una lágrima sobre el pecho yerto de una ilusión, escucho el silencioso canto de una flor cuando abre sus pétalos al sol, ... 
Presa del miedo quise escapar pero me encontraba como en un estado de éxtasis en el que no entendía nada, todo giraba a mí alrededor, las calles ya no sé si eran de Cuzco, Mendoza u otra ciudad. Mi cabeza era un verdadero torbellino de imágenes, locas ideas surcaban mi imaginación. Mi interlocutor seguía hablando, pero como si se dirigiera ahora a otras personas.
- ¡Oh...! ancestrales dioses pisoteados por la prepotencia de la cultura de la ambición, los invoco ante mí para mostrar el espíritu virgen de la naturaleza humana.
        El cielo se cubrió de tinieblas y ante mí empezaron a desfilar un montón de espectros que danzaban al ritmo de una alegre melodía pero que en el fondo trasmitía un dolor muy profundo. Estos estaban vestidos con bellos ropajes y tejidos. Pude distinguir entre ellos agricultores, alfareros, guerreros, sacerdotes, las vírgenes del Sol y hasta el propio Inca y su Coya con aire majestuoso, los cuales dirigían esta tan fantástica manifestación. De entre la multitud, se acercó hasta donde yo estaba un hombre que tenía el pecho y la cabeza ornamentada con admirables piezas de oro que resplandecía de una forma indescriptible, además arropado con los más finos tejidos que halla visto.
El vendedor me dijo por lo bajo, que ese señor era el mismo Manco Cápac, hijo del Sol y primer Inca. Una vez frente a mi me penetró con su mirada fuerte, se arrimó y suavemente me susurró al oído de que el hombre a veces se limita a ser hombre y no a ser humano, olvidándose de los valores y sus virtudes, cayendo fácilmente en el egoísmo de erigirse en su orgullo y en su propia bienaventuranza. Luego siguió, incitándome a la difícil búsqueda de los valores fundamentales de la vida y dijo me que nuestras almas tienen un par de alas y pocos logran descubrirlas y darles uso. Muchas más palabras llenó mi espíritu aquel personaje, pero la música se iba acelerando cada vez más al igual que el paso de los fantasmagóricos bailarines y el sonido se volvía ensordecedor.
 De repente todo se empezó a desfigurar, el Inca se desvaneció, de la multitud empezaron a oírse dolorosos lamentos y los personajes que antes desfilaban y danzaban ante mi, empezaron a lanzar  vómitos de sangre que cubrieron el empedrado de un tono sanguinolento, de sus cuerpos ensangrentados salieron enormes gusanos que empezaron a escurrir en un verdadero cauce rojo que se había formado. Poco a poco esta imagen se fue esfumando hasta que todo se volvió polvo, el cual fue barrido por una brisa fresca cargada de olor a rocío.  
 El hombre se acercó, me puso la mano en el hombro y me dijo:
           - Nunca olvide lo que ha visto. Yo, con muchos otros vivimos una batalla que a esta altura es inganable y nuestro peor enemigo es el olvido. Trate desde lo más profundo de su corazón seguir luchando junto con los muchos más que hay en el mundo contra esta carrera de deshumanización que recibe nombres como progreso. Le concedo humildemente este obsequio que sé que lo va apreciar mucho, porque en él se encuentran todos sus valores, el idealismo, su vida.
         Diciendo esto me entregó la Cruz Andina, tallada en piedra. Balbuceé unas palabras inentendibles y él me hizo entender con la mirada que no tenía nada para decir.
         Bajé mi mirada al suelo y busqué algo de dinero en mi bolsillo para pagarle lo que le debía. Alcé mi mirada, pero éste ya no estaba más. Un remolino de viento caliente pasó a mi lado dejando para siempre un dulce aroma de otoño en mi vida.
         Encendí un cigarrillo y mientras mis pulmones se llenaban de humo pude deslumbrar un poco las oscuridades de mi alma. Lentamente exhalé en pequeñas bocanadas y emprendí la marcha sin rumbo, de esas que se emprenden cotidianamente cuando uno esta absorto en sus pensamientos, quizás planeando una travesía a lo largo de los mares desconocidos que uno guarda en su interior, no sé, no me acuerdo sinceramente. Mi rostro esbozó una simple, pero satisfactoria sonrisa. En fin, creo que mi suerte ya estaba echada, mi alma acababa de encontrar un par de alas. ¿Quién podrá privarme el derecho de levantar vuelo cada vez que llegué el alba?





¿Quién es al que llaman el “octavo” loco detrás de los vinos?  ¿Quién hubiera imaginado que a mediados de los 90s una profesora de Literatur...